Fascia y las conexiones anatómicas funcionales

Cuando observamos un movimiento, cuando apreciamos con detalle el gesto de un deportista o la caricia de una mano, en nuestra cabeza comienzan las sinapsis que hacen posible conectar nuestros conocimientos de anatomía, biomécánica y neurofisiología (ordenados aquí alfabéticamente, porque en realidad en nuestra crema neuronal a la que llamamos cerebro, sería algo así como: neuroanabiofidiomecato-miloginicalogía).

Lo que ven nuestros ojos en realidad es el resultado de la organización de miles de millones de fibras que componen la matriz extracelular del tejido conectivo haciendo posible el movimiento, uniendo, conectando y permitiendo libertad y fluidez en el gesto a la vez.

En la actualidad existen términos muy difundidos en el campo del ejercicio como el de conexiones anatómicas funcionales para referirnos a lo que el ojo ve, y lo que os acabo de explicar en el párrafo anterior sería algo así como “lo que el ojo no ve”.

Estas conexiones anatómicas funcionales son posibles gracias a la fascia, y esto hace darnos cuenta de como en ocasiones tendemos a simplificar en exceso su definición, conformándonos con un simple “lo que envuelve a los músculos” o “lo que los conecta”, cuando en realidad la fascia/miofascia está siempre ahí, dando una solución de continuidad a los tejidos y logrando una transmisión de fuerzas adecuada. De echo, como podemos ver en la imagen, permiten que brazos y piernas: estabilicen, contrarresten e impulsen a su homologo del lado contrario.

Debemos saber y pensar que la fascia no es tan solo una estructura de naturaleza fibrosa y realidad tridimensional, ni tampoco una especie de pegamento; es la compañera de viaje para nuestros movimientos, nuestras pausas, nuestros entrenamientos, nuestras lesiones…, pero ante todo y sobre todo, nuestra vida.

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