DOLOR Y TENSIÓN

Dolor…



Cuando nos duele algo (y además parece que es siempre la misma zona donde se localiza ese dolor), cuando estamos nerviosos por esa reunión en la que vamos a presentar un proyecto, por la prueba de x km que vamos a realizar en unas semanas o por el trabajo que vemos que se acumula en la mesa de la oficina, la bandeja de entrada del correo electrónico que empieza a desbordarse y a todo esto añadimos un malentendido con tu pareja que acaba en discusión, la musculatura se tensa y olvida su capacidad de relajarse.

En estos periodos nuestro organismo está bajo los efectos de lo que se llama “excitación simpática“, nuestro cuerpo entra en un estado de alerta preparado para poner en marcha el mecanismo de lucha o huida, nos prepara para escapar del peligro o para defendernos del mismo.




Nuestro patrón respiratorio cambia, aumentando su ritmo y localizándose en la parte alta de nuestra caja torácica. El ritmo cardíaco se acelera silenciosamente, lo que aumenta nuestra presión arterial, preparando al cuerpo para lo que pueda pasar.

Todos estos cambios, aunque pequeños individualmente, si los sumamos nos llevan a un estado de fatiga, al agotamiento y al dolor (además de susceptibilidad, cambios de humor,…).    

Tensión…


Nuestra musculatura, cuando está tensa necesitan una mayor cantidad de oxígeno, pero la naturaleza, con ese humor e ironía fisiológica que le caracteriza nos recuerda que la circulación sistémica ( los vasos sanguíneos que llevan la sangre oxigenada y los nutrientes) encargada del servicio de catering de los tejidos, debido al estado de tensión del entramado miofascial que rodea, envuelve y reviste las células, “sufre en sus propios vasos” un estrechamiento debido a esa tensión.

Pero no acaba aquí, el estado que os estoy contando se trata de un chiste de los buenos, porque la situación del párrafo anterior se complica debido al patrón respiratorio que hemos adoptado, más superficial, localizado en la parte alta de nuestra caja torácica, aumentando el aporte de oxígeno, pero sin eliminar el CO2 de forma adecuada.



Cuando aumenta la cantidad de oxígeno en la sangre de forma excesiva (hiperoxigenación), el cuerpo tiende a la contracción muscular y por lo tanto, favorece el estado de excitabilidad, lo que desencadenará espasmos y contracturas. Es como emborrachar y drogar a los tejidos y verles actuar delante de las cámaras de “callejeros tisulares” en su programa sobre “músculos y su entorno bajo los efectos del estrés”.

Ah!, que tu eres deportista o entrenador y crees que todo esto no tiene nada que ver contigo. De eso nada monada, porque cuando hablamos de estrés, hablamos también de entrenamiento, en el que una mala programación y periodización de las cargas e intensidades generará estados como los que he descrito antes, estados que pueden acabar en sobreentrenamiento o lesión por estrés o por una demanda mecánica crónica debido a la repetición de un gesto que necesita una mejora de la técnica.

Cuando los músculos se tensan, además una pobre oxigenación y un mal reparto de los nutrientes, las sustancias de desecho que se producen no se eliminan como es debido (no funcionan los camiones de la basura), llevando a nuestros tejidos a un estado de agarrotamiento y mayor tensión. 

El tiempo pasa, y sin darnos cuenta ese estado de tensión se puede instalar en nuestro cuerpo como algo habitual, de modo que cuando intentes relajar la musculatura puede que tu cuerpo haya olvidado que es ese estado en el que el tono no esta presente en todo momento y el resultado sea que la tensión aumente todavía más. Complicado enigma en el que debemos aprender a aliviar tensiones y así poder relajar. 





Piensa que tus tejidos son como tus mejores amigos, que se amoldan y están ahí cuando les necesitas, capaces de cambiar sus planes o reorganizar sus agendas para poder pasar un buen rato contigo.

Cuídalos, porque tus tejidos, como los buenos amigos, son para toda la vida.

Hasta la próxima entrega…