El primer día de nuestro viaje amaneció lloviendo, un paso rápido me llevaba hacia la escuela de medicina donde nos esperaban Gil Hedley y Julian Baker para la recepción del grupo.
Cruzar las puertas de este edificio empieza a ser algo que veo como normal, pero siempre me gusta parar un segundo, leer el grabado de los cristales de las puertas antes de atravesarlas, leer ese “School of Medicine University of St Andrews” y sentir los pies en este suelo, el suelo de la Universidad más antigua de Escocia y una de las más antiguas del Reino Unido. Al hacerlo me dije: “bien Ibai, ya estas de nuevo aquí gracias a cada hora de trabajo, a cada curso que has impartido, pero sobretodo gracias a quienes han confiado en ti para que desde la teoría y el movimiento les acompañes en el viaje al mundo de las fascias”.
Así es, si estoy aquí es gracias a todos vosotros y motivado por compartir cada detalle, cada nuevo aprendizaje, porque ¿de qué sirve tener conocimientos si no los podemos compartir?.
Al entrar en el hall abrazos con viejos amigos, miradas y sonrisas con los nuevos conocidos y un magnetismo en el ambiente difícil de definir. ¡Qué energía más buena!.
Tras el reparto de tarjetas, autorizaciones, y normas básicas del edificio, subimos hacia las instalaciones en las que trabajaremos los próximos 10 días.
Nunca olvidare la primera vez que subí por ellas, aquella vez estaba solo, asustado, pero con una determinación capaz de subir montañas y superar los retos más difíciles. Esta vez me siento acompañado e intento mantenerme cercano de aquellos para quienes esta es su primera vez, aunque solo sea con una mirada o conversando mientras subimos.
Paramos unos instantes antes de acceder a la biblioteca/aula de estudio en la que haremos la vida “off the lab”. Esa parada tampoco la olvidaré jamás, es como ese tiempo de espera antes de que den la salida de una carrera, se nota el calor, puedo oír el latido de mi corazón y podría decir que también se siente el latido del de los demás. Ya estamos más cerca…
Como otros años, tras una hora de presentación en el interior del laboratorio paramos para tomar un café y hablar con los compañeros de curso que acabamos de conocer. Este año el grupo es más internacional que nunca, con compañeros que han viajado desde Israel, Canadá, EEUU, Australia, Italia, Polonia, Suiza y España…
Después de ese café, llegó el momento de abrir las mesas y conocer las formas que nos darán la lección de anatomía estos próximos diez días. La observación es lo primero, ser capaces (o por lo menos intentarlo) de captar detalles, colores, formas que llamen nuestra atención. Es necesario hacerlo sin buscar un por qué, sin juicios, sin pre-juicios que nublen nuestra mirada, abriendo todos los sentidos a la historia que nos están contando desde este primer momento.
Primero fue el turno de 819, una forma masculina en la que pudimos ver una cicatriz en la cadera derecha además de su pene circuncidado.
Le siguió una mujer que no era nueva para mi (807), yo ya le había visto antes, a las pocas horas de morir. El año pasado, a mitad de la semana en el laboratorio, llegó el cuerpo de una donante desde el hospital. Hacía solo unas horas que había fallecido y gracias a Garry pude acercarme a ver el proceso de embalsamamiento. Como os conté en aquella ocasión: “Al entrar en la pequeña sala con dos camillas metálicas y una mesa que iba de pared a pared pude ver en uno de los lados la maquinilla con la que le habían afeitado el pelo a una mujer que no era como las formas que nos acompañaban en el laboratorio. Los colores no eran los mismos. Solo habían pasado tres o cinco horas desde que falleció y su cuerpo todavía mantenía algo de calor. La sensación en aquella sala fue como si todavía quedara vida, restos de una vida que se escapaban al mismo tiempo que mis pulmones oxigenaban la sangre y podía sentir el latido de mi corazón. Los colores no eran los mismos que en las mesas de disección porque los tejidos aún no estaban fijados. Era como una flor que guardaba toda su belleza a pesar de haber sido cortada. Garry simplemente estaba poniendo esta flor en un jarrón para conservar su esencia. Ese es el trabajo del embalsamador…”
Había un vínculo especial, no solo la visión anatómica que percibía las prótesis en los pechos o la cicatriz en la región infraumbilical, y tampoco mi forma de palpar fue la misma, ni mejor ni peor, tan solo diferente…
Pasamos a otra forma femenina (812), esta sin cicatrices, pero con unas piernas muy hinchadas y después fue el conocimos a 818, otra forma masculina que presentaba una cicatriz en tórax y otra en el abdomen.
Acabamos nuestra ronda de presentaciones con una forma masculina (821) que a simple vista no presentaba cicatrices, veremos que nos cuenta con el paso de los días.
Formando un grupo:
Oliver, Ana, Patricia, Ray y yo nos juntamos en torno a una de las formas masculinas. Algunos de nosotros queríamos profundizar en la historia de alguien conocido, pero ese tipo de citas no hay que forzarlas y además, estamos cerca, en la mesa de al lado… y así poder seguir de cerca la historia de Angélica (así las ha llamado su grupo).
Hablando de nombres…, después de recorrer el laboratorio observando cara a cara y en posición erguida cada una de las formas, hemos vuelto a nuestra mesa, donde cada grupo ha dado nombre al profesor de esta semana:
- 819 – William
- 807 – Angelica
- 812 – Mabel
- 818 – John
- 821 – Ozzie
A partir de aquí trabajamos en la piel, diferenciándola de la hipodermis, palpando con el escalpelo, sintiendo la resistencia que ofrecían los retinacula cutis superficialis al crear el espacio entre piel y tejido subcutáneo. Sensaciones a las que debemos llevar nuestra atención, no tan solo pasar, cortar e ir con prisas a otro nivel, dando tiempo a que toda la información que se esconde en esas uniones la registre nuestro cerebro, creando un mapa que jamás se puede olvidar, creando el mapa que nos hace entender y visualizar de otra manera el cuerpo humano.
Nuestro William quiso darme la oportunidad de poder trabajar y reflejar la continuidad de la piel a lo largo del muslo y la pierna derecha, pero al levantar la vista de mi trabajo, pude ver que Oliver y Ana estaban trabajando con una disección minuciosa y muy buenos resultados en la pierna y el abdomen respectivamente.
De este proceso me llama siempre la atención la diferencia que existe entre unas pieles y otras. Sus grosores, sus adherencias al tejido subcutáneo (siendo esto muchas veces adaptaciones) en parte fruto de la gravedad, en parte por la genética, pero en gran medida (y esto es una opinión) un órgano cuya estructura se forma como resultado de la relación que tenemos con el entorno que nos rodea, con el mundo, con la vida…, que cuando se vuelve más gruesa, es como si nos fuéramos cerrando poco a poco, protegiéndonos de todo lo externo, bueno o malo, como si nos apartáramos de todo. La piel no la podemos dejar pasar de largo, y mucho menos si tenemos en cuenta que en ella se anclan elementos de sostén para el tejido que forma la fascia superficial. Un componente, el más externo, que nos permeabiliza del exterior pero sin dejarnos aislados de lo que nos rodea.
La diferencia que existe entre unas pieles y otras (…) un órgano cuya estructura se forma como resultado de la relación que tenemos con el entorno que nos rodea, con el mundo, con la vida…, que cuando se vuelve más gruesa es como si nos fuéramos cerrando poco a poco, protegiéndonos de todo lo externo, bueno o malo, como si nos apartáramos de todo. La piel no la podemos dejar pasar de largo, y mucho menos si tenemos en cuenta que en ella se anclan elementos de sostén para el tejido que forma la fascia superficial.
La cicatriz de la cadera derecha de William nos ha mostrado ese mecanismo de protección, de adaptación, densificación de los tejidos que seguiremos los próximos días en cada uno de los niveles que exploremos, abriendo todos los sentidos para no perder detalles y reflexionar sobre lo que encontremos a cada paso interfascial e intrafascial.
El día terminó disfrutando de un paseo con Fiona por las calles de St. Andrews, en el que los matices de las formas, los colores, los sonidos y el agua de la lluvia nos acompañaron hasta que estuvimos de vuelta en el calor de nuestros apartamentos.
Disfrutad de la tarde y dejad que vuestra piel se estire, se repliegue, que acaricie y que la acaricien, que se roce con el aire y con el viento, compartiendo todo lo mejor que llevamos dentro.
Nos vemos mañana, a la hora del té 😉